Artículo publicado en RADAR libros, suplemento cultural del diario argentino Pagina/12.
El 22 de noviembre de 1997, Pierre Bourdieu recibió el Premio Ernst Bloch, concedido por el Instituto Ernst Bloch de la ciudad alemana de Ludwigshafen. La versión íntegra de su discurso de agradecimiento fue publicada en la revista New Left Review 227 (enero/febrero de 1998). A continuación se reproducen algunos tramos traducidos del inglés por Clara Inés Restrespo.
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Mis más calidos agradecimientos para la ciudad de Ludwinshafen, su alcalde el señor Wolfgang Schulte y al Instituto Ernst Bloch, por el honor que se me ha concedido y asocia mi nombre con el de uno de los filósofos que más admiro. Mis agradecimientos también a para Ulrich Beek por el generoso discurso que acaba de pronunciar. No puedo dejar de pensar, cuando se me honra de semejante manera y se me eleva al nivel de gran defensor de la idea utópica -en estos días tan descreída, desechada y ridiculizada, en nombre del realismo económico- que, estoy siendo autorizado o más precisamente urgido a intentar definir cuál tiene que ser y debe ser el papel del intelectual, en relación con la utopía en general y la utopía europea en particular.
REVOLUCIÓN CONSERVADORA
Debemos reconocer que estamos actualmente en un período de restauración neo-conservadora. Pero esta revolución conservadora asume una forma sin precedentes: no hay, como en tiempos anteriores ningún intento de invocar a un pasado idealizado mediante la exaltación de la tierra, la sangre, y los temas de las antiguas mitologías rurales. Es un nuevo tipo de revolución conservadora que, para justificar su restauración reclama una relación con el progreso, la razón y la ciencia -la economía, en verdad- y, a partir de esto, intenta relegar el pensamiento y la acción progresista a un status arcaico. Se erige como patrón de normas para todas las prácticas, y por tanto como norma ideal, el orden del mundo económico librado a su propia lógica: la ley del mercado, la ley del más fuerte. Ratifica y jerarquiza la norma de los llamados mercados financieros, el retorno a un tipo de capitalismo sin tapujos, desenfrenado, que ha sido llevado hasta el límite de su eficiencia económica por medio de las formas modernas de conducción (¨management¨) y las técnicas manipuladoras como la investigación de mercado y la propaganda.
Galileo dijo que el mundo natural está escrito en lenguaje matemático. Actualmente, los tecnócratas tratan de convencernos de que el mundo social está escrito en lenguaje económico. Mediante el arma de las matemáticas -y también el poder de los medios-, el neoliberalismo se ha transformado en la forma suprema de contraataque conservador, apareciendo durante los últimos treinta años bajo la denominación de “el fin de la ideología”, o más recientemente, “el fin de la historia”.
FATALISMO ECONOMICISTA
Lo que se nos presenta como un horizonte imposible de superar por el pensamiento -el fin de las utopías críticas- es nada más que un fatalismo economicista, que puede criticar en los términos empleados por Ernst Bloch en El espíritu de la utopía, cuando censuraba el economicismo y el fatalismo que pueden encontrarse en el marxismo.
La fetichización de las fuerzas productivas y el fatalismo resultante se encuentran hoy, paradójicamente, en los profetas del neoliberalismo y en los sacerdotes de la estabilidad monetaria. El neoliberalismo es una poderosa teoría económica cuya estricta fuerza simbólica, combinada con el efecto de la teoría, redobla a la fuerza las realidades económicas que supuestamente expresa. Sostiene la filosofía espontánea de los administradores de las grandes multinacionales y de los agentes de Fondos de Pensión. Seguida en todo el mundo por políticos nacionales e internacionales, funcionarios oficiales y especialmente por el mundillo de los periodistas tradicionales -todos más o menos igualmente ignorantes de la teoría matemática subyacente- se está transformando en una creencia universal, en un nuevo evangelio ecuménico. De hecho, esta filosofía tiene y reconoce como su único objetivo la permanente creación de riqueza y, más secretamente, su concentración en una minoría privilegiada, y por lo tanto conduce a un combate por cualquier medio, incluso la destrucción del medio ambiente y el sacrificio humano, contra cualquier obstáculo a la maximización de las ganancias.
JUZGAR POR LOS RESULTADOS
La política neoliberal puede ser ahora juzgada por sus resultados, que son claros para todos, a pesar de los esfuerzos para probar por medio de trucos estadísticos y trampas groseras que Estados Unidos y Gran Bretaña han alcanzado el pleno empleo. Por el contrario, hay desempleo masivo. Los trabajos que hay son precarios, la permanente inseguridad resultante afecta a una creciente proporción de la población, aún en las clases medias. Hay una profunda desmoralización ligada al colapso de la solidaridad elemental, especialmente en la familia y todas las consecuencias de este estado de anomia: delincuencia juvenil, crimen, alcoholismo, la reaparición de movimientos políticos de corte fascista. Hay una destrucción gradual de las adquisiciones sociales y cualquier defensa de éstas es denunciada como conservadurismo pasado de moda.
A esto podemos sumar ahora la destrucción de las bases económicas y sociales de las más notables conquistas culturales de la humanidad. La autonomía de la cual gozaban los universos de la producción cultural en relación con el mercado, que había crecido continuamente por medio de las luchas de los escritores, artistas y científicos, está cada vez más amenazada. La dominación del “comercio” y de “lo comercial” en el campo literario aumenta día a día, especialmente por medio de la concentración de la industria de publicidad que está cada vez más sujeta a las restricciones de la ganancia inmediata. Acerca del cine, podemos preguntarnos qué quedará del cine artístico experimental europeo en diez años, a no ser que se haga todo lo posible para proporcionar a los productores de vanguardia los medios de producción, y más importante aún, de distribución.
Todo esto sin mencionar los servicios sociales, condenados a las órdenes directamente interesadas de las burocracias estatales y empresariales, o a ser estrangulados económicamente.
Se me preguntará ¿cual fue el papel de los intelectuales en todo esto? No intentaré hacer un listado -sería muy largo y cruel- de todas las formas de omisión o, peor aun, de colaboración. No necesito mencionar los argumentos de los así llamados filósofos modernistas y posmodernistas que, no satisfechos con enterrarse a sí mismos en juegos escolásticos, se reducen a la defensa verbal de la razón y el dialogo racional o, peor aun, sugieren una versión supuestamente posmoderna, pero realmente radical-chic de la ideología del fin de las ideologías, con toda su condena de las grandes narrativas y una denuncia nihilista de la ciencia.
UTOPISMO RAZONADO
¿Cómo podremos evitar desmoralizarnos en este entorno más o menos desalentador? ¿Cómo devolveremos la vida y la fortaleza social al “utopismo razonado” del cual habla Ernst Bloch refiriéndose a Francis Bacon en El espíritu de la utopía? Para empezar, ¿cómo debemos entender el significado de esta frase? Otorgándole un riguroso significado a la oposición descrita por Marx entre “sociologismo” (la pura y simple sumisión a las leyes sociales) y “utopismo” (el desafío audaz de estas leyes). Ernst Bloch describe al “utópico razonable” como quien actúa en virtud del “pleno conocimiento consciente del curso objetivo”, la posibilidad objetiva y real de su “época”: a quien, en otras palabras, “anticipa psicológicamente una posible realidad”. El utopismo racional se define como opuesto tanto al “pensamiento ilusorio que siempre a traído descrédito a la utopía” como a “las trivialidades filisteas preocupadas esencialmente por los hechos”. Se opone al “derrotismo ultimatista” - la herejía de un automatismo objetivista, según el cual las contradicciones objetivas del mundo serían suficientes en sí mismas para revolucionar el mundo en el cual se dan - y, al mismo tiempo, al “activismo por si mismo”, puro voluntarismo basado en un exceso de optimismo.
Así que contra este “fatalismo de banquero”, que pretende hacernos creer que el mundo no puede ser diferente de lo que es -en otras palabras, totalmente sometido a sus intereses y deseos-, los intelectuales y todos aquéllos preocupados por el bienestar de la humanidad tendrán que restablecer un pensamiento utópico con respaldo científico, tanto en sus metas, que deben ser compatibles con las tendencias objetivas, como en sus medios, que también deben ser científicamente examinados. Necesitan trabajar colectivamente en estudios que puedan impulsar proyectos y acciones adecuados a los procesos objetivos que se intenta transformar.
Para no dar una respuesta general y abstracta a la pregunta de sobre el papel de los intelectuales en la construcción de la utopía europea quisiera decir qué contribución espero hacer personalmente a esta inmensa y urgente tarea. Convencido como estoy de que los mayores vacíos de la construcción europea pueden ubicarse en cuatro áreas principales -el estado social y sus funciones; la unificación de los sindicatos; la armonía y modernización del sistema educativo; la articulación entre la política económica y la política social-, estoy trabajando actualmente, en colaboración con investigadores de diversos países europeos, en la concepción y construcción de las estructuras organizativas esenciales para llevar a cabo la investigación comparativa y complementaria necesaria para aportar al utopismo su carácter razonado, especialmente, por ejemplo, esclareciendo los obstáculos sociales hacia una europeización real de las instituciones tales como Estado, sistema educativo y sindicatos.
Un proyecto especialmente querido por mí se refiere a los efectos sociales y los costos de la política económica. Incluye el intento de encontrar las causas primarias de las diversas formas de la miseria social que aflige a hombres y mujeres de las sociedades europeas, lo que casi siempre nos remite a decisiones económicas. Es una oportunidad para que el sociólogo; a quién corrientemente no se consulta excepto para remendar la vajilla que rompen los economistas, aproveche para recordarnos que la sociología puede y debe jugar un papel inicial en las decisiones políticas que son dejadas en manos de los economistas o dictadas de acuerdo a consideraciones económicas muy limitadas.
A través de una descripción detallada del sufrimiento causado por las políticas neoliberales -en el mismo sentido que en La miseria del mundo (1993)- y por medio de sistemáticas referencias cruzadas entre, por un lado, los índices económicos concernientes a la política social de las empresas (ajustes, métodos administrativos, salarios y demás) y, por otro lado, los índices de tipo más evidentemente social (accidentes industriales, enfermedades ocupacionales, alcoholismo, utilización de drogas, suicidio, delincuencia, crimen, violación y demás), me gustaría plantear la pregunta acerca de los costos sociales de la violencia económica y por lo tanto intentar diseñar las bases de una economía del bienestar que tenga en cuenta todas las cosas que la gente que dirige la economía y los economistas excluyen de los cálculos más o menos imaginarios en cuyo nombre pretenden gobernarnos.
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