miércoles, 15 de abril de 2009

FACETAS DE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL (IV) LA PARADOJA DEL CRECIMIENTO

Luis Paulino Vargas Solís

Desde hace varios meses el Producto Interno Bruto (PIB) de las grandes economías capitalistas viene contrayéndose. Es decir, no tan solo ocurre que el crecimiento se frena sino que, lo que es peor, invierte su signo y da lugar a la contracción. Ello hace que se enciendan todas las luces de alarma. Al capitalismo le angustia el estancamiento. Decrecer le resulta, más aún, tragedia y catástrofe.
En efecto, su razón de ser es, centralmente, el crecimiento. No la ganancia, como erróneamente se ha creído a veces. Ésta es, a lo sumo, el vehículo que moviliza las energías del sistema hacia la maximización del crecimiento. Marx lo veía claro cuando caracterizaba al capitalismo haciendo referencia a los procesos irrefrenables de acumulación de capital y revolución de las fuerzas productivas.
Por su parte, los economistas-ideólogos del capitalismo reiteran al infinito la misma obsesión, no obstante que recurren a mutaciones superficiales en el lenguaje y la vestimenta. A Keynes el tema le preocupó con largueza y ello lo llevó a discurrir teóricamente acerca de cómo impedir el colapso de la “eficiencia marginal del capital” a fin de prevenir la recesión de la economía y sostener el crecimiento. Hicks y otros economistas reinsertaron posteriormente la teoría keynesiana dentro de los cánones convencionales de la economía neoclásica, a fin de hacer más digeribles sus recomendaciones de política. Solow y algunos más caricaturizaron a Keynes mediante sus teorías del crecimiento. Samuelson creyó ver en la vulgarización neoclásica de Keynes el fin de las recesiones. Por su parte, Friedman se hacía ascos en relación con el intervencionismo estatal que el keynesianismo favorecía y, entre otras cosas, se dedicó a elucubrar sobre reglas monetarias que permitirían sostener la automaticidad del crecimiento. Herederos de Friedman (como Lucas) refinaron sus propuestas y dieron lugar a la teoría de las expectativas racionales que reinstauraba a plenitud (al menos en la abstracción teórica) los principios de automaticidad de los mercados, que Keynes demoliera en los años treinta del siglo XX. Hacia la segunda mitad de los noventas, alguna gente -sociólogos como Castells o gurús de la administración como Drucker- creyó ver que una “nueva economía” –inmune a las recesiones- emergía de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Y aún hoy, en medio de tan aguda recesión, la ortodoxia neoliberal –impertérrita no obstante el desastre que ha provocado- insiste que para garantizar el crecimiento basta con reducir impuestos y achicar el Estado.
Crecimiento es el nombre de la obsesión que mueve al capitalismo. Las abstracciones de los economistas convencionales lo registran con fidelidad. Se entiende entonces que la ausencia de crecimiento haga que todo el mundo –incluso quienes tratamos de ubicarnos en posiciones críticas- estemos hablando hoy día de crisis.
El asunto no carece de importancia. Primero porque la contracción de las economías, pone en riesgo la legitimidad social y política del sistema. Conforme crece el desempleo y más gente vive en medio de penurias, el riesgo de descontento social aumenta, en tanto declina la eficacia embrutecedora de la ideología, la religión y la manipulación mediática de la información, sobre todo porque, además, el efecto enajenante del consumismo desbordado también se frena. Acontece, además, que el sistema se autojustifica a partir de su crecimiento. Cuando las ganancias, los precios de las acciones, el crédito de los bancos y la producción crecen, el sistema se ve saludable y el capital se siente fuerte y seguro. El estancamiento y la recesión, que resultan de un freno de las ganancias, a su vez ahondan ese frenazo. Entonces todo el edificio empieza a crujir.
Y, sin embargo, vivimos en un planeta que nos exige aprender a vivir sin depender del crecimiento de las economías. Esa se la disyuntiva ante la cual nos pone la crisis ambiental. Y, por cierto, es una disyuntiva entre la vida o la muerte. Pero no necesariamente la vida de la naturaleza en su conjunto, sino particularmente la de la especie humana. Porque al crear las condiciones para una hecatombe ambiental, posiblemente no estemos percibiendo que la naturaleza a la larga quizá logre recomponer sus equilibrios. Pero lo hará sin que los humanos estemos de por medio interfiriendo en su labor de recuperación y saneamiento.
Bajo el capitalismo, es decir, con arreglo a su forma particular de organizar la producción y los intercambios mercantiles, el crecimiento se hace necesario porque de otra forma se agravaría el desempleo y caerían los salarios. Ello acarrea descontento social y, sobre todo, deterioro en las condiciones de vida de la gente. Esto último es, finalmente, lo único realmente importante: la violencia que la crisis ejerce sobre el derecho a una vida digna de las personas. De ahí que debamos proponer políticas que protejan las condiciones de vida de la gente. Dentro de los marcos del capitalismo, esas políticas solo admiten una forma posible: el restablecimiento del crecimiento. De ahí, por otra parte, la “resurrección” de Keynes.
Mas lo cierto es que, en perspectiva de mediano y largo plazo, ello debería cambiar de forma radical. Veamos qué tan radicalmente. De lo que se trata es de superar la pobreza, el hambre y la enfermedad; garantizar justicia en la distribución de la riqueza; plena igualdad de géneros; superación de toda forma de discriminación; plena vigencia de la democracia, la participación ciudadana y los derechos humanos. Y lograr todo eso siendo, al mismo tiempo, una sociedad radicalmente ecológica, donde las economías produzcan y distribuyan de forma que no solo se evite destruir la naturaleza, sino, más bien, logrando recuperar lo dañado y restituyendo, en consecuencia, los equilibrios ambientales alterados.
Ello supone extirpar el criterio de crecimiento que hoy domina. Dentro de los marcos del capitalismo eso es imposible. Se requiere una refundación radical de la economía.
¿Es eso socialismo? No lo sé. Advierto, sin embargo, que lo que conocemos por socialismo –tanto en las elaboraciones teóricas como en la práctica histórica- ha tendido a reproducir la obsesión capitalista por el crecimiento económico sin límites.
No interesa mucho el nombre. Creo, simplemente, que habría de ser una sociedad que sea, a un mismo tiempo, radicalmente humana y radicalmente ecológica.
Pero, por otra parte, ello reafirma lo que ya sabemos: la crisis es cosa muchísimo más grande que el caos financiero de estos últimos años y la severa recesión actual. Sus dimensiones y profundidad sobrepasan ampliamente las posibilidades del capitalismo; es, a un mismo tiempo, una crisis económica, social, política y ambiental. Es, sin más, la crisis de una civilización entera.

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El desarrollo. Celso Furtado

"El desarrollo no es sólo un proceso de acumulación y aumento de la productividad macroeconómica, sino principalmente el camino de acceso a formas sociales más aptas para estimular la creatividad humana y responder a las aspiraciones de la colectividad." Celso Furtado