martes, 26 de marzo de 2013

De los conceptos a los índices empíricos. Por Paul Lazarsfeld

Ninguna ciencia aborda su objeto específico en su plenitud concreta. Todas las ciencias seleccionan determinadas propiedades de su objeto e intentan establecer entre ellas relaciones recíprocas. El descubrimiento de tales relaciones constituye el fin último de toda investigación científica. Sin embargo, en las ciencias sociales, la elección de las propiedades estratégicas constituye, en sí misma, un problema esencial.

En este terreno, no existe todavía una terminología rigurosa. Así, estas propiedades reciben a veces el nombre de aspectos o atributos, pero a menudo se recurre al término matemático de «variable». Por su parte, la atribución de determinadas propiedades al objeto recibe el nombre de descripción, clasificación o medida. El sociólogo utiliza el término «medida» en un sentido más amplio que el que le atribuyen el físico o el biólogo. Si observa que, dentro de una organización, un determinado servicio experimenta un grado de satisfacción en el trabajo más elevado que el de los demás servicios, el sociólogo afirma que ha realizado una medida, aun en el caso de que ésta no haya sido expresada numéricamente. No obstante, es preciso conseguir medidas en el sentido tradicional de la palabra mediante la construcción de métricas precisas.

En este terreno, se observan ya algunos progresos, pero nos hallamos todavía en la fase inicial de estas investigaciones formales, las cuales, a su vez, sólo corresponden a una parte muy limitada del conjunto de las operaciones de medida utilizadas en la práctica. En este artículo examinaremos, de forma muy general, el camino recorrido por el sociólogo para caracterizar el objeto de su estudio: veremos que, para la determinación de «variables capaces de medir objetos complejos, hay que seguir casi siempre un proceso más o menos típico. Este proceso, que permite expresar los conceptos en términos de índices empíricos, comprende cuatro fases principales: la representación literaria del concepto, la especificación de las dimensiones, la elección de los indicadores observables, y la síntesis de los indicadores o elaboración de índices.

1. Representación literaria del concepto

La actividad intelectual y el análisis que permiten establecer un instrumento de medida surgen, por lo general, de una representación literaria. El investigador, inmerso en el análisis de los detalles de un problema teórico, esboza en primer lugar una construcción abstracta, una imagen. La fase creativa de su trabajo empieza tal vez en el instante en que, después de observar una serie de fenómenos dispares, intenta descubrir en ellos un rasgo característico fundamental, y explicar así las regularidades constatadas. En el momento en que toma cuerpo, el concepto no es más que una entidad concebida en términos vagos, que confiere un sentido a las relaciones entre los fenómenos observados. Uno de los problemas clásicos de la sociología industrial es el análisis y «medida» de la noción de gestión.

¿Qué significan exactamente «gestión», «dirección» y «administración»? ¿Forma parte el capataz del personal de gestión? El concepto de gestión surgió, tal vez, el día en que se observó que dos empresas que se hallasen en idénticas condiciones podían ser dirigidas de forma muy distinta. Este complejo factor, que favorece el rendimiento de los hombres y la productividad de los instrumentos de producción, recibió el nombre de «gestión». A partir de este instante, los sociólogos especializados en el análisis de las organizaciones han intentado precisar esta noción y conferirle un contenido más concreto. Esta misma evolución se ha producido también en otros campos. Hoy día, la utilización de los tests de inteligencia se ha convertido en una práctica corriente. Pero la noción de «inteligencia» proviene de una impresión compleja y concreta de la vivacidad o del embotamiento mental.

Muy a menudo, una impresión general de este tipo basta para despertar la curiosidad del investigador y para situarle en la vía que conduce, finalmente, al planteamiento de un problema de medida.

2. Especificación del concepto

La segunda fase comprende el análisis de las «componentes» de esta primera noción, a la que por el momento seguiremos denominando, según los casos, «aspectos» o «dimensiones». Dichas componentes pueden ser deducidas analíticamente a partir del concepto general que las engloba, o empíricamente, a partir de la estructura de sus intercorrelaciones. De todas formas, un concepto corresponde casi siempre a un conjunto complejo de fenómenos, y no a un fenómeno simple y directamente observable. Supongamos que deseamos averiguar si el rendimiento de un equipo de obreros es satisfactorio. Supongamos, además, que al abordar este estudio sólo poseemos una idea bastante vaga de lo que es un rendimiento satisfactorio.

¿Qué significa, pues, esta expresión'? ¿Qué tipo de rendimiento es preferible? ¿El de un obrero que trabaja aprisa y estropea un número elevado de piezas, o el de un obrero lento pero seguro'? En algunos casos, y de acuerdo con el tipo de productos fabricados, puede admitirse un rendimiento mediocre compensado por una tasa de desperdicios reducida; es poco probable, sin embargo, que, llevando este razonamiento hasta el extremo, se juzgue oportuno eliminar totalmente los riesgos de error adoptando unas cadencias excesivamente débiles. Todo ello nos conduce a analizar la noción de rendimiento, y a determinar sus diversas componentes: velocidad de trabajo, cualidad del producto, rentabilidad de los instrumentos de producción.

La teoría de la medida atribuye a estos factores el nombre de «dimensiones», su análisis es muchas veces un problema complejo, tal como se desprende, por ejemplo, de un estudio sobre una fábrica de construcción aeronáutica, en la que, para la noción de gestión, fueron definidas diecinueve componentes. He aquí algunos ejemplos: ausencia de disensiones dentro del grupo, buenas comunicaciones jerárquicas, elasticidad de la autoridad, política racional de la dirección, importancia relativa de los efectivos de mandos intermedios, etc. Evidentemente, el análisis del concepto puede llegar a ser muy refinado. Pero en la práctica, un análisis tan elaborado como el anterior no es, desde luego, frecuente. Sin embargo, por regla general, la complejidad de los conceptos utilizados en sociología es tal que su traducción operativa exige una pluralidad de dimensiones.

3. Elección de los indicadores

La tercera fase consiste en seleccionar los indicadores de las dimensiones anteriormente definidas. Esta operación entraña, generalmente, algunas dificultades. La primera de ellas puede ser formulada así: ¿qué es exactamente un indicador'? William James, en The Meaning of Truth, escribió: «... En realidad, al afirmar que una persona es prudente queremos decir que esta persona adopta un cierto número de actitudes características de la prudencia: asegura sus bienes, divide sus riesgos, no se lanza a ciegas, etc. (...) La palabra "prudente" es, pues, una forma práctica de expresar en términos abstractos un rasgo común a los actos habitual s de esta persona (...) En su sistema psicofísico hay una serie de caracteres distintivos que le impulsan a actuar prudentemente...»

El proceso descrito por James va de una imagen a un conjunto de indicadores que provienen directamente de la experiencia de la vida cotidiana. Actualmente, suele especificarse la relación entre estos indicadores y la cualidad fundamental: para que una persona merezca el calificativo de prudente no es necesario que, en el juego, distribuya cuidadosamente sus apuestas, o que se asegure contra todos los riesgos posibles. Basta tan sólo con que sea probable que realice determinados actos específicos de la prudencia. Sabemos, además, que los indicadores utilizables varían considerablemente según el medio social del individuo estudiado.

En un pensionado religioso, por ejemplo, no suelen existir muchas oportunidades de suscribir pólizas de seguros o de apostar. Sin embargo, siempre es posible elaborar una medida de la prudencia aplicable a este medio concreto. Puesto que la relación entre cada indicador y el concepto fundamental queda definida en términos de probabilidad y no de certeza, es absolutamente necesario utilizar, en la medida de lo posible, un gran número de indicadores. El estudio de los tests de inteligencia, por ejemplo, ha permitido descomponer esta noción en varias dimensiones: inteligencia manual, verbal, etc.; pero tales dimensiones sólo pueden ser medidas por un conjunto de indicadores. La mayor parte de los fenómenos observados han sido utilizados, tarde o temprano, como indicadores en el estudio y la medida de un fenómeno. Los ingresos son considerados muchas veces como un indicador de la competencia profesional; pero si sólo nos basamos en este indicador, casi todos los hombres de negocios resultarán más competentes que los científicos más eminentes. Del mismo modo, el número de enfermos curados por un médico refleja indudablemente la capacidad de éste; no obstante, hay que tener en cuenta que las probabilidades de curación son distintas en cada una de las especialidades médicas. En fin, si bien es cierto que el número de libros de una biblioteca pública indica, en cierto sentido, el nivel cultural del conjunto de lectores, no hay que olvidar que la calidad de las obras es tanto o más reveladora que la cantidad.

La determinación de los criterios que limitan la elección de indicadores constituye un problema delicado. ¿Hay que considerarlos como partes integrantes del concepto o bien como fenómenos independientes o exteriores a éste? Si elaboramos una lista de los indicadores de la «integración» de una comunidad, ¿debemos considerar que la tasa de criminalidad forma parte del concepto de integración, o bien debemos considerarla como un factor exterior, susceptible de ser determinado a partir de la medida de integración'? En este caso, y siempre que trabajemos con índices proyectivos, el conocimiento de las leyes que presiden las relaciones entre indicadores es particularmente importante. Podemos excluir las tasas de criminalidad de la representación de un centro urbano «integrado», pero es posible que la experiencia revele una estrecha relación entre dichas tasas y el grado de integración; en tal caso, podrían ser utilizadas como medidas de la integración cuando los datos relativos a los indicadores que corresponden exactamente a la noción no estén a nuestro alcance.

Sin embargo, es necesario realizar previamente una serie de «estudios de validación» que demuestren la existencia de correlaciones estrechas entre la tasa de criminalidad y los demás indicadores de la integración. Es preciso, además, determinar todos los factores que, eventualmente, pueden modificar la tasa de criminalidad, invalidando, de este modo, las medidas basadas en ésta; para ello, podemos elegir entre un control de los factores en cuestión, o la utilización de un número de indicadores suficientemente elevado para compensar los efectos nocivos de uno de ellos.

4. Formación de los índices

La cuarta fase consiste en sintetizar los datos elementales obtenidos en las etapas precedentes. Después de descomponer el rendimiento de un equipo de obreros o la inteligencia infantil en seis dimensiones, por ejemplo, y una vez elegidos diez indicadores para cada dimensión, debemos construir una medida única a partir de tales informaciones elementales. En algunas ocasiones, nos veremos obligados a establecer un índice general que tenga en cuenta la totalidad de los datos. Así, las deliberaciones de un tribunal que debe conceder una beca de estudios han de desembocar en una apreciación de con junto de los datos de cada candidato. En otras ocasiones, en cambio, el interés se centrará en el estudio de las relaciones entre cada una de estas dimensiones y una serie de variables externas.

Pero también en este caso será necesario realizar una síntesis de los diversos indicadores que pongan de manifiesto una relación con las variables externas más débil y más inestable, por lo general, que el rasgo característico fundamental que se pretende medir. Desde el punto de vista formal, ello significa que cada indicador posee una determinada relación de probabilidad con respecto a la variable estudiada. Algunas veces, una variación accidental en un indicador no significa que la posición fundamental del individuo haya sufrido alteraciones; e inversamente, la posición fundamental puede evolucionar sin que tal cambio quede reflejado en un determinado indicador. Pero cuando un índice contiene un elevado número de indicadores, es poco probable que varios de ellos experimenten variaciones en el mismo sentido, manteniéndose inalterada, sin embargo, la posición fundamental del individuo. Así pues, el conocimiento de una «actitud», de una «posición», exige numerosos sondeos.

Esta multiplicidad entraña también algunas dificultades. ¿Podemos incluir en un mismo índice uno o varios indicadores que reaccionan de forma distinta a los demás'? Se han estudiado, recientemente, las posibilidades de elaborar una teoría que permite reunir un conjunto heterogéneo de indicadores. No podemos desarrollar aquí, en toda su extensión, esta problemática tan compleja. Señalemos, sin embargo, sus líneas generales: se trata de estudiar las relaciones entre indicadores, y deducir de ellas algunos principios matemáticos generales que permitan definir lo que podríamos denominar potencia relativa de un indicador con respecto a otro, a fin de determinar su peso en la medida específica que se intenta llevar a cabo. AI construir índices relativos a conceptos psicológicos o sociológicos complejos, se elige siempre un número de ítems relativamente limitado, dentro del conjunto de ítems sugeridos por el concepto y su representación literaria. Tales índices poseen un rasgo fundamental: su correlación con las variables exteriores suele mantenerse sensiblemente estable, cualquiera que sea la «muestra» de ítems escogida.

Este fenómeno, a primera vista sorprendente, recibe el nombre de «intercambiabilidad de los índices». 5. lntercambiabilidad de los índices. Para ilustrar la idea de la intercambiabilidad de los índices hemos escogido un índice de «conservadurismo» utilizado en un estudio sobre las actitudes de los miembros del profesorado universitario en los Estados Unidos durante el período en que universidades y profesores se enfrentaban con las comisiones de investigación instauradas por McCarthy. Uno de los problemas planteados por este trabajo fue la determinación del grupo de profesores que, por sus convicciones, no corrían ningún riesgo de represalias, es decir, de los que se consideraban a sí mismos como conservadores.

A tal efecto, fue preciso elaborar un método específico que permitiera situar con la mayor exactitud posible el grupo conservador. Durante una breve entrevista, y mediante una serie de preguntas destinadas esencialmente a los conservadores, fueron recogidos los elementos necesarios para la construcción de esta «medida». Este problema de clasificación general aparece en todos los estudios de opinión. En una primera etapa fueron seleccionados los indicadores; cabía la posibilidad, por ejemplo, de someter a las personas interrogadas una serie de textos típicamente "conservadores", y tomar en consideración las reacciones - de aprobación o desaprobación - suscitadas por éstos; podíamos también elaborar una relación de las organizaciones a las que cada uno de ellos pertenecía, de las revistas leídas por cada individuo, etc., y tomar como indicadores estos datos.

Pero nuestra experiencia en estas cuestiones nos aconsejó utilizar indicadores directamente ligados al objetivo de las entrevistas. Así pues, establecimos una lista de diversos de rechos y prohibiciones - en su mayor parte típicos del mundo universitario - y solicitamos la opinión de las personas interrogadas acerca de dichas cuestiones. El índice de conservadurismo fue construido a partir de los datos así obtenidos. Conscientes de que habríamos podido escoger perfectamente otro tipo de datos, comparamos, a título experimental, este índice con un conjunto de medidas distintas que se hallaban a nuestro alcance. Dos de las preguntas se referían a la actitud de la persona interrogada con respecto a las actividades de los estudiantes: ¿«Cree usted que, si algunos estudiantes lo desean, hay que permitir la formación de un grupo de juventudes socialistas en esta universidad'?»

La actitud de los profesores respecto a los elementos socialistas era, a nuestro juicio, un indicador válido del grado de conservadurismo. Es muy probable, en efecto, que aparezcan en este terreno notables diferencias entre conservadores y liberales, y que los primeros asimilen, con mayor facilidad que los segundos, los socialistas a los comunistas. Un 14% de las personas interrogadas, es decir 355 profesores, se opuso firmemente a autorizar aquellos grupos. Es muy significativo que la segunda pregunta relativa a las actividades de los estudiantes registrara un número de respuestas prácticamente idéntico. Se trataba de averiguar si la persona interrogada, colocada en una situación de responsabilidad ficticia, autorizaría a los estudiantes a invitar a la universidad a un eminente especialista en los problemas del Extremo Oriente (Owen Lattimore), juzgado por una comisión de investigación. También en este caso, el 15% de los profesores (342) respondió de forma negativa. Habiendo obtenido, pues, en ambas preguntas, el mismo número de respuestas no liberales - 342 y 355 - parecía lógico esperar que unas y otras procediesen de las mismas personas.

El cuadro I confirma, de hecho, esta hipótesis. Podemos observar que ambas preguntas ponen de manifiesto una distribución de respuestas muy similar, a pesar de la considerable «rotación» de tales respuestas: 124 indi viduos que, de acuerdo con la primera pregunta (Lattimore) quedan clasificados en el grupo de los conservadores, dan una respuesta liberal a la segunda pregunta, mientras que en 152 casos aparece la contradicción inversa. Este fenómeno no debe sorprendernos ni preocuparnos.

Cada indicador posee un carácter específico y no puede ser considerado nunca como totalmente representativo de la clasificación obtenida. En el caso que nos ocupa, muchas personas incluyeron en sus respuestas algunos comentarios cualitativos, sobre todo cuando comprendían que su opinión en una cuestión particular se hallaba en contradicción con su actitud general. Ello permite, en cierta medida, explicar la incoherencia aparente de sus respuestas. Algunos profesores que no estaban de acuerdo en que Lattimore fuese invitado, mantenían esta actitud por motivos de resentimiento personal. Otros creían que esta cuestión debía ser resuelta en el terreno legal: había que prohibir la presencia en la universidad a todas las personas que hubiesen sido inculpadas ante una comisión de investigación. Señalemos, finalmente, el caso de profesores que aceptaban la posibilidad de invitar a Lattimore y que, en cambio, se oponían a la creación de un círculo de juventudes socialistas porque, de forma general, estaban en desacuerdo con el desarrollo de organizaciones políticas en la universidad, o porque temían que la existencia de un grupo socialista favoreciese la infiltración de elementos subversivos en la enseñanza superior.

¿Qué pasaría si basáramos nuestro rudimentario índice de conservadurismo en uno solo de los dos ítems del cuadro I? ¿Cuál de ellos es el más apropiado para medir nuestra variable? La pregunta «Lattimore» se halla en estrecha relación con la idiosincrasia del individuo y con problemas de legalidad. La del «círculo socialista» es un tanto ambigua, puesto que ignoramos si los profesores que se oponen a la formación de este círculo están expresando sus propias opiniones o la orientación general de la política de su universidad. Ninguno de los dos ítems es una «medida» directa y, por tanto, podríamos discutir indefinidamente acerca de su validez. Pero, en la práctica, uno y otro son igualmente válidos.

En sociología, las clasificaciones pretenden, ante todo, determinar las relaciones existentes entre conjuntos de variables, y por ello basta con elucidar si dos índices distintos e igualmente razonables dan lugar a relaciones similares o diferentes entre las variables analizadas. Tomemos, por ejemplo, como variable externa, un ítem que presente a las personas interrogadas una hipotética alternativa entre los derechos del individuo y las exigencias de una institución: Supongamos que un miembro del profesorado haya sido acusado de realizar actividades subversivas. ¿Cree usted que para la administración de la universidad es más importante proteger la reputación de esta institución, o salvaguardar los derechos de los miembros del cuerpo docente? ¿Cuál es la relación entre el conservadurismo y el deseo de proteger los derechos individuales? Podemos utilizar, para la primera variable, dos medidas distintas.

El cuadro 2 muestra que si queremos analizar la relación entre el conservadurismo y una segunda variable (variable externa) podemos recurrir indistintamente a cualquiera de los dos indicadores de la primera. En efecto, los resultados obtenidos son prácticamente similares, tal como se desprende de la comparación de los porcentajes de los diversos grupos en uno y otro caso.
Vemos en la primera línea de cada columna que menos de la mitad de los conservadores están convencidos de la necesidad de defender los derechos del cuerpo docente. En la última línea observamos, además, que más de dos tercios de los profesores tolerantes se muestran partidarios de esta defensa. La curva descrita por los porcentajes de los diversos grupos es prácticamente la misma en ambos casos. Podemos utilizar, pues, cualquiera de los dos indicadores.

En la práctica, cuando se pretende clasificar un conjunto de individuos, se recurre al mayor número posible de ítems. En efecto, esta pluralidad de ítems permite introducir distinciones más refinadas y atenuar o eliminar la influencia inoportuna de los rasgos específicos de los ítems. Pero cualquiera que sea el número de ítems utilizados, no hay que olvidar que éstos constituyen, en cualquier caso, un subconjunto definido de un conjunto, muchísimo más amplio, de indicadores teóricamente utilizables. Esta conclusión es el resultado de numerosas investigaciones prácticas.

Si estudiamos un concepto con connotaciones tan complejas como el conservadurismo, y si deseamos «traducirlo» en instrumento de investigación empírica, las posibilidades de elección dentro del conjunto de indicadores son ilimitadas; en cambio, por lo general sólo estaremos en condiciones de utilizar un número relativamente reducido de tales indicadores. Si, en tales circunstancias, escogemos dos conjuntos de ítems adecuados y formamos con ellos dos índices intercambiables de la misma variable, comprobaremos casi siempre que:

a) Los dos índices se hallan estadísticamente relacionados, pero dan lugar a algunas diferencias en las clasificaciones obtenidas (ver cuadro I).
b) Ambos índices determinan idénticas relaciones con otras variables exteriores (ver cuadro 2).

Es indudable que, en la práctica de la investigación, la intercambiabilidad de los índices es sumamente interesante. Sin embargo, pone de manifiesto la deficiencia de nuestros métodos de investigación y de análisis, puesto que demuestra la imposibilidad de obtener clasificaciones «puras». En todos los índices, los ítems conservan determinados rasgos específicos, de los que se derivan, en algunas ocasiones, ciertos errores de clasificación. A ello se debe que las correlaciones empíricamente observadas sean más débiles que las que podríamos obtener aplicando instrumentos de medida más exactos.

Queremos subrayar, por último, el carácter relativo de la regla que acabamos de enunciar. Para algunas variables importantes se han elaborado, progresivamente, instrumentos de medida cada vez más complejos. este es el caso, por ejemplo, de los tests de inteligencia, que contienen siempre un gran número de ítems analíticamente determinados. Si en el estudio que ilustra este artículo hubiésemos podido utilizar tests tan perfectos como los de inteligencia, la mayor parte de las contradicciones del cuadro I habrían desaparecido. Sin embargo, estos métodos de clasificación más refinados sólo serían útiles en el caso de estudios a largo plazo, como por ejemplo en el análisis de la evolución del número de conservadores en una determinada población, o de la relación entre el conservadurismo y otras variables. 

TOMADO DE: http://catedras.fsoc.uba.ar/salvia/catedra/series/n3.htm

lunes, 25 de marzo de 2013

Messi, el hombre perro. Por Hernan Casciari.

La respuesta rápida es por mi hija, por mi esposa, porque tengo una familia catalana. Pero si me preguntan en serio por qué sigo acá, en Barcelona, en estas épocas horribles y aburridas, es porque estoy a cuarenta minutos en tren del mejor fútbol de la historia.

Quiero decir: si mi esposa y mi hija decidieran irse a vivir a Argentina ahora mismo, yo me divorciaría y me quedaría acá por lo menos hasta la final de la Champions. Y es que nunca se vio algo parecido adentro de una cancha de fútbol, en ninguna época, y es muy posible que no ocurra más.

Es verdad, estoy escribiendo en caliente. Redacto esto la misma semana en que Messi hizo tres para Argentina, cinco para el Barça en Champions y dos para el Barça en Liga. Diez goles en tres partidos de tres competiciones diferentes.

La prensa catalana no habla de otra cosa. Durante un rato, la crisis económica no es el tema de inicio en los noticieros. Internet explota. Y en medio de todo esto a mí me acaba de pasar por la cabeza una teoría extraña, muy difícil de explicar. Justamente por eso intentaré escribirla, a ver si termino de darle vuelo.

Todo empezó esta mañana: estoy mirando sin parar goles de Messi en Youtube, lo hago con culpa porque estoy en mitad del cierre de la revista número seis. No debería estar haciendo esto.

De casualidad hago clic en una compilación de fragmentos que no había visto antes. Pienso que es un video más de miles, pero enseguida veo que no. No son goles de Messi, ni sus mejores jugadas, ni sus asistencias. Es un compilado extraño: el video muestra cientos de imágenes -de dos a tres segundos cada una- en las que Messi recibe faltas muy fuertes y no se cae. 
 No se tira ni se queja. No busca con astucia el tiro libre directo ni el penal. En cada fotograma, él sigue con los ojos en la pelota mientras encuentra equilibrio. Hace esfuerzos inhumanos para que aquello que le hicieron no sea falta, ni sea tampoco amarilla para el defensor contrario.

Son muchísimos pedacitos de patadas feroces, de obstrucciones, de pisotones y trampas, de zancadillas y agarrones traicioneros; nunca las había visto a todas juntas. Él va con la pelota y recibe un guadañazo en la tibia, pero sigue. Le pegan en los talones: trastabilla y sigue. Lo agarran de la camiseta: se revuelve, zafa, y sigue.

Me quedé, de repente, atónito, porque algo me resultaba familiar en esas imágenes. Puse cada fragmento en cámara lenta y entendí que los ojos de Messi están siempre concentrados en la pelota, pero no en el fútbol ni en el contexto.

El fútbol actual tiene una reglamentación muy clara por la que, muchas veces, caer al suelo es asegurar un penal, o conseguir que se amoneste al zaguero contrario es propicio para futuros contragolpes. En estos fragmentos, Messi parece no entender nada sobre el fútbol ni sobre la oportunidad.

Se lo ve como en trance, hipnotizado; solamente desea la pelota dentro del arco contrario, no le importa el deporte ni el resultado ni la legislación. Hay que mirarle bien los ojos para comprender esto: los pone estrábicos, como si le costara leer un subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen.

¿Dónde había visto yo esa mirada antes? ¿En quién? Me resultaba conocido ese gesto de introspección desmedida. Dejé el video en pausa. Hice zoom en sus ojos. Y entonces lo recordé: eran los ojos de Totín cuando perdía la razón por la esponja.

* * *
Yo tenía un perro en la infancia que se llamaba Totín. Nada lo conmovía. No era un perro inteligente. Entraban ladrones y él los miraba llevarse el televisor. Sonaba el timbre y no parecía oírlo. Yo vomitaba y él no venía a lamer.

Sin embargo, cuando alguien (mi madre, mi hermana, yo mismo) agarraba una esponja -una determinada esponja amarilla de lavar los platos- Totín enloquecía. Quería esa esponja más que nada en el mundo, moría por llevarse ese rectángulo amarillo a la cucha. Yo se la mostraba en mi mano derecha y él la enfocaba. Yo la movía de un lado a otro y él nunca dejaba de mirarla. No podía dejar de mirarla.

No importaba a qué velocidad moviera yo la esponja: el cogote de Totín se trasladaba idéntico por el aire. Sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales. Como los ojos de Messi, que dejan de ser los de un preadolescente atolondrado y, por una fracción de segundo, se convierten en la mirada escrutadora de Sherlock Holmes.

Descubrí esta tarde, mirando ese video, que Messi es un perro. O un hombre perro. Esa es mi teoría, lamento que hayan llegado hasta acá con mejores expectativas. Messi es el primer perro que juega al fútbol.

Tiene mucho sentido que no comprenda las reglas. Los perros no fingen zancadillas cuando ven venir un Citroën, no se quejan con el árbitro cuando se les escapa un gato por la medianera, no buscan que le saquen doble amarilla al sodero. En los inicios del fútbol los humanos también eran así. Iban detrás de la pelota y nada más: no existían las tarjetas de colores, ni la posición adelantada, ni la suspensión después de cinco amarillas, ni los goles de visitante valían doble. Antes se jugaba como juegan Messi y Totín. Después el fútbol se volvió muy raro.

Ahora mismo, en este tiempo, a todo el mundo parece interesarle más la burocracia del deporte, sus leyes. Después de un partido importante, se habla una semana entera de legislación.

¿Se hizo amonestar Juan exprofeso para saltarse el siguiente partido y jugar el clásico? ¿Fingió realmente Pedro la falta dentro del área? ¿Dejarán jugar a Pancho acogiéndose a la cláusula 208 que indica que Ernesto está jugando el Sub-17? ¿El técnico local mandó a regar demasiado el césped para que los visitantes patinen y se rompan el cráneo? ¿Desaparecieron los recogepelotas cuando el partido se puso dos a uno, y volvieron a aparecer cuando se puso dos a dos? ¿Apelará el club la doble amarilla de Paco en el Tribunal Deportivo?

¿Descontó correctamente el árbitro los minutos que perdió Ricardo por protestar la sanción que recibió Ignacio a causa de la pérdida de tiempo de Luis al hacer el lateral?

No señor. Los perros no escuchan la radio, no leen la prensa deportiva, no entienden si un partido es amistoso e intrascendente o una final de copa. Los perros quieren llevarse siempre la esponja a la cucha, aunque estén muertos de sueño o los estén matando las garrapatas.

Messi es un perro. Bate records de otras épocas porque solo hasta los años cincuenta jugaron al fútbol los hombres perro. Después la FIFA nos invitó a todos a hablar de leyes y de artículos, y nos olvidamos que lo importante era la esponja.

Y entonces un día aparece un chico enfermo. Como en su día un mono enfermo se mantuvo erguido y empezó la historia del hombre. Esta vez ha sido un chico rosarino con capacidades diferentes. Inhabilitado para decir dos frases seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la picaresca humana. Pero con un talento asombroso para mantener en su poder algo redondo e inflado y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura verde.

Si lo dejaran, no haría otra cosa. Llevar esa esfera blanca a los tres palos todo el tiempo, como Sísifo. Una y otra vez. Guardiola dijo, después de los cinco goles en un solo partido:

-El día que él quiera hará seis.

No fue un elogio, fue la expresión objetiva del síntoma. Lionel Messi es un enfermo. Es una enfermedad rara que me emociona, porque yo amaba a Totín y ahora él es el último hombre perro. Y es por constatar en detalle esa enfermedad, por verla evolucionar cada sábado, que sigo en Barcelona aunque prefiera vivir en otra parte.

Cada vez que subo las escaleras internas del Camp Nou y de pronto veo el fulgor del pasto iluminado, en ese momento que siempre nos recuerda a la infancia, digo lo mismo para mis adentros: hay que tener mucha suerte, Jorge, para que te guste mucho un deporte y te toque ser contemporáneo de su mejor versión, y, trascartón, que la cancha te quede tan cerca.

Disfruto esta doble fortuna. La atesoro, tengo nostalgia del presente cada vez que juega Messi. Soy hincha fanático de este lugar en el mundo y de este tiempo histórico. Porque, me parece a mí, en el Juicio Final estaremos todos los humanos que han sido y seremos, y se formará un corro para hablar de fútbol, y uno dirá: yo estudié en Amsterdam en el 73, otro dirá: yo era arquitecto en São Paulo en el 62, y otro: yo ya era adolescente en Nápoles en el 87, y mi padre dirá: yo viajé a Montevideo en el 67, y uno más atrás: yo escuché el silencio del Maracaná en el 50.

Todos contarán sus batallas con orgullo hasta altas horas. Y cuando ya no quede nadie por hablar, me pondré de pie y diré despacio: yo vivía en Barcelona en los tiempos del hombre perro. Y no volará una mosca. Se hará silencio. Todos los demás bajarán la cabeza. Y aparecerá Dios, vestido de Juicio Final, y señalándome dirá: tú, el gordito, estás salvado. Todos los demás, a las duchas.  
  Tomado de: http://www.taringa.net/posts/deportes/15010931/Messi-el-hombre-perro-de-hernan-casciari.html 

miércoles, 13 de marzo de 2013

Francisco I: ¿qué latinoamericano ha nombrado en cónclave?



Javier Antonio Torres Vindas.
Sociólogo costarricense.
***

El nombramiento de Jorge Mario Bergoglio como el Papa 266, autodenominado Francisco I, es primer Papa no europeo desde Gregorio III hace 741 años. Primero de origen latinoamericano, pero de  Sangre europea.  El cual es motivo de controversia. Esto merece, según mi juicio, una reflexión para el debate y toma de postura personal.

Muchos y muchas, especialmente en América Latina, personas sencillas, creyentes, devotas celebran el acontecimiento y ofrecen en lo privado o públicamente sus alegrías y oraciones. Otros no. Sienten su nombramiento con tristeza, con desazón y recelo. Una amiga ex religiosa (más aún creyente católica) me ha escrito en un chateo: “…lo conozco...era el provincial  que arruinó procesos liberadores de la Compañía de Jesús en Argentina… cerró la experiencia de inserción... cerró la universidad a mujeres y a laicos... muchos creen que apoyó la dictadura... ha promovido una pastoral jerárquica, asistencialista y devocional… él es muy inteligente, de mentalidad más europea  que los europeos…es de mentalidad militar …es misógeno y un homofóbico… así es... pero se veía venir... tiene mucho poder y dinero... había quienes rogaban para que Ratzinger no renuncie... pero el mismo Bergoglio y su grupo hace rato venía sugiriendo…así es, muchos creen en Argentina que él entregó a los religiosos desaparecidos en la dictadura de Videla....”

Ante estas dos posturas extremas nace la pregunta ¿qué expresa y condensa la elección de este latinoamericano? Siento que deben asumirse varios corolarios que inviten a la discusión.

En primer lugar, la religión católica como institución social e histórica se rige por un orden jerárquico masculino antes, ahora y en el futuro. Dicha jerarquía puede ser progresista o  retrograda según se analice en su momento histórico. Estas jerarquías amparan sus decisiones en la oración, la lectura de los signos de los tiempos y en la iluminación del Espíritu Santo. La elección del Papa se demarca con un humo blanco y su impostura deviene luego en  inefabilidad pontificia del elegido. Este mecanismo de las altas esferas es inmune a todo intento de cuestionamiento interno y externo a tal institución.


En segundo lugar, en el caso de la Iglesia Católica hay una historia oscura que ha acompañado lo mejor de ella (en tanto religión que dé sentido de vida y esperanza a las personas): muchas veces negada, otras olvidada  y en otras a través de un depurado  mecanismo metafísico se  auto-dispensa de toda culpa [se sabe que ostentan este poder evangélico de perdonar pecados propios y ajenos; además de condenar a propios y extraños].

De hecho en América Latina, desde hace mas de 500 años, una de sus funciones socio-históricas ha sido portar  "la espada y la cruz", cuyo efecto de dominación cultural, política, ética y libidinal se manifiesta de forma “naturalizada” en millones de creyentes latinoamericanos.  Algunos ejemplos de tal dominación cultural-teológica en América Latina han sido y son: exterminio de poblaciones originarias por paganas, tortura, excomuniones, complicidad con golpes de Estado, complicidad con dictaduras, lectura sesgada de derechos humanos que  no reconoció el alma de pueblos originarios, que no reconoce el derecho al aborto y que presenta las relaciones gay-lésbicas como aberraciones contra natura. Todo ello, amparado en  su “poder pastoral” que hace que millones de latinoamericanos sean mantenidos en la  subordinación y subdesarrollo y dependencia ideológica, y por ende, vean con buenos ojos y con corazón sincero, lleno de alegría y renovados la elección de Francisco I.

Tercero, tal “naturalización” celebratoria de este nombramiento se erige en los grandes medios de comunicación que anuncian la emergencia de un papa latinoamericano y obvian u ocultan la escatología propia de este nombramiento. Francisco I expresa y condensa una teología latinoamericana oficialista y de alto clérigo: vivimos en un valle de lágrimas en otra vida nos espera el reino de los cielos. Tal lectura del evangelio o apuesta de lectura hermenéutica –al decir de Juan Luis Segundo-, implanta una esquizofrenia ideológica muy propicia al poder patriarcal, vertical, autoritario y sacrosanto de la Iglesia Católica y otros grupos de poder allegados en América Latina: allá en el cielo seremos felices, plenos e iguales; acá no. En esta vida podemos ser malos, despreciables, autoritarios, malos patronos, etc.,  un minuto antes de morir pedir perdón y ya estas dentro del reino.  Con ello también puedes justificar el hambre de millones, las guerras, los golpes de Estado, bien satanizar  a todos aquello/as "maldito/as" que no comparten esta forma de creer: homosexuales, lesbianas, gente pro aborto, defensores de derechos humanos, ambientalistas, marginales y marginables, victimizables. Poder que reside precisamente en esa capacidad ideológica de su dominación naturalizada.

Hay que decirlo claro, en América Latina “(…) el aparato clerical católico forma parte del sistema de poder y dominación de las formaciones sociales latinoamericanas. En este sentido se asemeja a  los aparatos militares (directamente involucrados en los aparatos  estatales) o a los medios masivos empresariales privados comunicación; pero no es idéntico a ellos. (…) El aparato  clerical enjuicia y es atendido, habla y es escuchado, convoca para  desmovilizar y puede alcanzar éxito, ofrece su mediación como si estuviese por encima de la historia y de sus antagonismos,  condena la violencia (toda, cualquiera) y llama a buscar la verdad, la  paz y a la reconciliación apelando a un bien superior. Y nunca, o casi  nunca, se exige castigo contra él o lo recibe. A su vez la gente no se  siente recibiendo castigo por parte de las iglesias, sino algún tipo de seguridad e incluso experimenta formas de gratitud  hacia ellas, aun a costa de recibir sus sermones y reprimendas.” (Helio Gallardo, América Latina y aparatos clericales).

Cuarto, en definitiva la emergencia de este papa latinoamericano (amigo de Videla, en contra del aborto, de los matrimonios gay-lésbicos y demás posturas autoritarias y paternalistas) lo que hace es evidenciar a una institución con una gran resiliencia a los cambios de la modernidad del siglo XXI, con una grande  capacidad adaptativa hacia otros poderes fácticos del  momento y con un poder cultural e ideológico capaz de “naturalizar”, obviar, olvidar y hasta satanizar cualquier cuestionamiento al carácter regresivo de quien ocupa desde el 13 de marzo del 2013 la silla papal: Jorge Mario Bergoglio o Francisco I.

En definitiva, su nombramiento hace un parte aguas entre católicos y no católicos, entre creyentes y no, entre aquellos que celebran honestamente pero olvidando todas las atrocidades de la Iglesia y del nuevo papa; y aquellos que lo repudian, entristecen y hasta se rasgan las vestiduras, siendo o no “parte del rebaño”.
Es complicado asumir herencia cultural e histórica, de todo/as que hemos nacido en América Latina y cuyos padres, abuelos y muchas generaciones atrás han sido y son católicos. Quizá nuestro impacto, nuestra protesta, nuestra voz  se pequeña pero debemos ser honestos con nosotros mismos: hoy es un día triste para aquello/as que nos queremos creyentes en Jesús de Nazareth y de la posibilidad, de la tarea de un reino de Dios acá en la tierra. Hoy nuevamente cuestionamos nuestra herencia latinoamericana, la de una iglesia autoritaria, vertical, cómplice de crímenes de guerra, celebratoria del rito sacrificial del olvido, la subordinación, la abyección de millones de creyentes latinoamericanos. Sí es fuerte, nombrar a este Jorge Mario Bergoglio Papa. Es celebratorio de la muerte, de la complicidad y de la barbaridad; al menos la acaecida y bendecida por la Iglesia Católica en América Latina desde el siglo XVI al día de hoy.

¿Pero acaso los desesperados no tienen esperanza? Quizá la decisión del cónclave al poner al frente a Jorge Mario Bergoglio sea el anuncio de la irrupción de un tiempo mesiánico –del jetzeit benjaminiano-, de una esperanza sostenida por aquellos y aquellas que parece carecen de ella. Más no debemos caer en gran tristeza, sino pronto buscar formas de afrontarla y luchar a pesar de la adversidad. Como afirmase el poeta costarricense Jorge Debravo:

Hoy no es día de sentarse de espaldas a la vida,
con las manos en cruz y un jesucristo amargo en las rodillas.

Hoy no es día de enclaustrarse en conventos mohosos
ni de cantar canciones de novia abandonada.

Hoy no es día de ponerse a sumar amoros
y a inventariar los sueños y las tristezas viejas.

Hoy es da de correr, con los brazos en alto,
a trabajar la tierra ms feraz y más ancha
y sembrar las semillas de la vida.

Hoy es día de hacer campo para cada muchacho,
para cada muchacha,
para cada hombre joven, sudoroso.

Hoy es día de aserrar millones de cadenas
y día de buscar panes para nutrir hambrientos.

Que los templos se caigan a solas aplastados
por su propia vejez y su fiel condición
de plantas anticuadas.
Que el sacerdote hable, predique en media tierra,
luche al lado del joven, del anciano y del niño.

Hoy es día de arar con arado de fuego
las eras del amor y el entusiasmo.

Hoy es día de arrancar las plantas amargadas,
de arrojarlas al fuego y aventarlas.

Hoy es da de correr como animales dulces
a lo largo del largo camino de la vida.

De correr por la tierra y más allá de ella
y más adentro de ella.

Los santos de este día no han de tener cilicios,
ni ojeras enfermizas, ni músculos de hielo.

Los santos de este día han de ser los mecánicos,
los científicos hondos que apresan el Planeta entre sus manos.

Deben ser los maestros que se hunden paso a paso
en las más escondidas axilas de la tierra.

Que los templos se caigan sobre los sacerdotes
y los cristos manidos que no quieran salir a respirar la vida.

Y que nos venga el Cristo poderoso y enorme
con mano de mecánico y un mapa universal como bandera.


México D.F., 13 de marzo de 2013.

El desarrollo. Celso Furtado

"El desarrollo no es sólo un proceso de acumulación y aumento de la productividad macroeconómica, sino principalmente el camino de acceso a formas sociales más aptas para estimular la creatividad humana y responder a las aspiraciones de la colectividad." Celso Furtado