La mayor dificultad que siempre he encontrado al reflexionar desde las herramientas teóricas - y sus consecuencias observacionales- en eso que denominamos “marxismo” es, primero, la capacidad de reinventarse Marx y Engels en sus textos y en su proceso de maduración, desde un enfoque más filosófico en los primeros textos, hasta uno más científico, aspecto que en el siglo XX fue olvidado por muchas ortodoxias. Es decir, una tensión en las mismas herramientas de su comprensión. Luego, el cada día más próligo conjunto de intérpretes e intelectuales1 que dialogan, con y contra, este marxismo decimonónico del cual se apropian -con sus limitaciones y matices- para enfrentar epistémica, política y antropológicamente este inicio del siglo XXI.
Segundo, el carácter militante al cual nos impulsa el apropiarnos de esta matriz de pensamiento que se quiere crítica, en contra o a favor, de tal o cual, acento desde el marxismo (sea una lectura más de la economía política, o crítica de la cultura, o crítica de la vida cotidiana, crítica del discurso ideolñogico, etc.). En fin, el compromiso ético-político de combatir las relaciones capitalistas de sometimiento y alienación que se nos imponen desde otros actores como “naturales” (esas relaciones). Lucha que tiene diversos alcances y espacios de lucha. En resumen, esa tensión de los dos masrxismos según lo expone Alvin Gouldner.
Una segunda preocupación ante esta tradición de pensamiento, es la urgencia de apropiarse de su hermenéutica profunda, que identifico, primero con el razonamiento dialéctico como motor de su comprensión. Una dialéctica no mecánica, sino que se alimenta constantemente en las tensiones encontradas y no disuseltas, o subsumidas -como lo expone Zemelman en varios de sus textos-, que nos permiten construir objetos científicos desde su momento de abstaccción hasta su concreción. Es decir, hasta llenarlos del mayor número de determinaciones posibles. Siguiendo a Poulantzas, pensar que se tensiona entre conceptos abtractos-formales (como modo de producción) hasta la construcción de objetos reales-concretos (como la formación social histórica determinada de Costa Rica entre 2000 y 2009, por ejemplo)
Luego, esta hermenéutica profunda trae de sí la actitud crítica de la función intelectual (negativa) que aspira desde ese oficio a crear las condiciones de posibilidad del cambio radical de esos que se ha “naturalizado” (seudoconcretizado, si que quiere) y por ende, a aspirar a otro mundo posible, al hombre nuevo, a nuevas formas de hacer, pensar, sentir y representar.
Esta energía utópica, como pasajero clandestino, habita en esta tradición. Es ese jorobado del que habla Benjamin en su tesis 1 y que se resume como aspiración desde el mismo Marx en su famosa tesis 11. Y esta me preocupa más que nada, pues en el pasado le ha jugado a quienes apostaron por esta tradición sinsabores, como los del socialimo histótico cancelados a fines del siglo anterior. Pero que su inevitable presencia es otro motor necesario de la función intelectual crítica, la cual se sustenta en la aspiración -que comparto- de un futuro, de una utopía, de una esperanza en el sentido de Bloch, pero que se construye en la “fe antropológica” (Juan Luis Segundo), que se debe construir desde hoy, de cara al pasado.
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El desarrollo. Celso Furtado
"El desarrollo no es sólo un proceso de acumulación y aumento de la productividad macroeconómica, sino principalmente el camino de acceso a formas sociales más aptas para estimular la creatividad humana y responder a las aspiraciones de la colectividad." Celso Furtado
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