Ninguna
ciencia aborda su objeto específico en su plenitud concreta. Todas las
ciencias seleccionan determinadas propiedades de su objeto e intentan
establecer entre ellas relaciones recíprocas. El descubrimiento de tales
relaciones constituye el fin último de toda investigación científica.
Sin embargo, en las ciencias sociales, la elección de las propiedades
estratégicas constituye, en sí misma, un problema esencial.
En este terreno, no existe todavía una terminología rigurosa. Así, estas
propiedades reciben a veces el nombre de aspectos o atributos, pero
a menudo se recurre al término matemático de «variable». Por su parte,
la atribución de determinadas propiedades al objeto recibe el nombre
de descripción, clasificación o medida. El sociólogo utiliza el término
«medida» en un sentido más amplio que el que le atribuyen el físico
o el biólogo. Si observa que, dentro de una organización, un determinado
servicio experimenta un grado de satisfacción en el trabajo más elevado
que el de los demás servicios, el sociólogo afirma que ha realizado
una medida, aun en el caso de que ésta no haya sido expresada numéricamente.
No obstante, es preciso conseguir medidas en el sentido tradicional
de la palabra mediante la construcción de métricas precisas.
En este terreno, se observan ya algunos progresos, pero nos hallamos
todavía en la fase inicial de estas investigaciones formales, las cuales,
a su vez, sólo corresponden a una parte muy limitada del conjunto de
las operaciones de medida utilizadas en la práctica. En este artículo
examinaremos, de forma muy general, el camino recorrido por el sociólogo
para caracterizar el objeto de su estudio: veremos que, para la determinación
de «variables capaces de medir objetos complejos, hay que seguir casi
siempre un proceso más o menos típico. Este proceso, que permite expresar
los conceptos en términos de índices empíricos, comprende cuatro fases
principales: la representación literaria del concepto, la especificación
de las dimensiones, la elección de los indicadores observables, y la
síntesis de los indicadores o elaboración de índices.
1.
Representación literaria del concepto
La actividad intelectual y el análisis que permiten establecer un instrumento
de medida surgen, por lo general, de una representación literaria. El
investigador, inmerso en el análisis de los detalles de un problema
teórico, esboza en primer lugar una construcción abstracta, una imagen.
La fase creativa de su trabajo empieza tal vez en el instante en que,
después de observar una serie de fenómenos dispares, intenta descubrir
en ellos un rasgo característico fundamental, y explicar así las regularidades
constatadas. En el momento en que toma cuerpo, el concepto no es más
que una entidad concebida en términos vagos, que confiere un sentido
a las relaciones entre los fenómenos observados. Uno de los problemas
clásicos de la sociología industrial es el análisis y «medida» de la
noción de gestión.
¿Qué significan exactamente «gestión», «dirección» y «administración»?
¿Forma parte el capataz del personal de gestión? El concepto de gestión
surgió, tal vez, el día en que se observó que dos empresas que se hallasen
en idénticas condiciones podían ser dirigidas de forma muy distinta.
Este complejo factor, que favorece el rendimiento de los hombres y la
productividad de los instrumentos de producción, recibió el nombre de
«gestión». A partir de este instante, los sociólogos especializados
en el análisis de las organizaciones han intentado precisar esta noción
y conferirle un contenido más concreto. Esta misma evolución se ha producido
también en otros campos. Hoy día, la utilización de los tests de inteligencia
se ha convertido en una práctica corriente. Pero la noción de «inteligencia»
proviene de una impresión compleja y concreta de la vivacidad o del
embotamiento mental.
Muy a menudo, una impresión general de este tipo basta para despertar
la curiosidad del investigador y para situarle en la vía que conduce,
finalmente, al planteamiento de un problema de medida.
2. Especificación del concepto
La segunda fase comprende el análisis de las «componentes» de esta primera
noción, a la que por el momento seguiremos denominando, según los casos,
«aspectos» o «dimensiones». Dichas componentes pueden ser deducidas
analíticamente a partir del concepto general que las engloba, o empíricamente,
a partir de la estructura de sus intercorrelaciones. De todas formas,
un concepto corresponde casi siempre a un conjunto complejo de fenómenos,
y no a un fenómeno simple y directamente observable. Supongamos que
deseamos averiguar si el rendimiento de un equipo de obreros es satisfactorio.
Supongamos, además, que al abordar este estudio sólo poseemos una idea
bastante vaga de lo que es un rendimiento satisfactorio.
¿Qué significa, pues, esta expresión'? ¿Qué tipo de rendimiento es preferible?
¿El de un obrero que trabaja aprisa y estropea un número elevado de
piezas, o el de un obrero lento pero seguro'? En algunos casos, y de
acuerdo con el tipo de productos fabricados, puede admitirse un rendimiento
mediocre compensado por una tasa de desperdicios reducida; es poco probable,
sin embargo, que, llevando este razonamiento hasta el extremo, se juzgue
oportuno eliminar totalmente los riesgos de error adoptando unas cadencias
excesivamente débiles. Todo ello nos conduce a analizar la noción de
rendimiento, y a determinar sus diversas componentes: velocidad de trabajo,
cualidad del producto, rentabilidad de los instrumentos de producción.
La teoría de la medida atribuye a estos factores el nombre de «dimensiones»,
su análisis es muchas veces un problema complejo, tal como se desprende,
por ejemplo, de un estudio sobre una fábrica de construcción aeronáutica,
en la que, para la noción de gestión, fueron definidas diecinueve componentes.
He aquí algunos ejemplos: ausencia de disensiones dentro del grupo,
buenas comunicaciones jerárquicas, elasticidad de la autoridad, política
racional de la dirección, importancia relativa de los efectivos de mandos
intermedios, etc. Evidentemente, el análisis del concepto puede llegar
a ser muy refinado. Pero en la práctica, un análisis tan elaborado como
el anterior no es, desde luego, frecuente. Sin embargo, por regla general,
la complejidad de los conceptos utilizados en sociología es tal que
su traducción operativa exige una pluralidad de dimensiones.
3.
Elección de los indicadores
La tercera fase consiste en seleccionar los indicadores de las dimensiones
anteriormente definidas. Esta operación entraña, generalmente, algunas
dificultades. La primera de ellas puede ser formulada así: ¿qué es exactamente
un indicador'? William James, en The Meaning of Truth, escribió: «...
En realidad, al afirmar que una persona es prudente queremos decir que
esta persona adopta un cierto número de actitudes características de
la prudencia: asegura sus bienes, divide sus riesgos, no se lanza a
ciegas, etc. (...) La palabra "prudente" es, pues, una forma práctica
de expresar en términos abstractos un rasgo común a los actos habitual
s de esta persona (...) En su sistema psicofísico hay una serie de caracteres
distintivos que le impulsan a actuar prudentemente...»
El proceso descrito por James va de una imagen a un conjunto de indicadores
que provienen directamente de la experiencia de la vida cotidiana. Actualmente,
suele especificarse la relación entre estos indicadores y la cualidad
fundamental: para que una persona merezca el calificativo de prudente
no es necesario que, en el juego, distribuya cuidadosamente sus apuestas,
o que se asegure contra todos los riesgos posibles. Basta tan sólo con
que sea probable que realice determinados actos específicos de la prudencia.
Sabemos, además, que los indicadores utilizables varían considerablemente
según el medio social del individuo estudiado.
En un pensionado religioso, por ejemplo, no suelen existir muchas oportunidades
de suscribir pólizas de seguros o de apostar. Sin embargo, siempre es
posible elaborar una medida de la prudencia aplicable a este medio concreto.
Puesto que la relación entre cada indicador y el concepto fundamental
queda definida en términos de probabilidad y no de certeza, es absolutamente
necesario utilizar, en la medida de lo posible, un gran número de indicadores.
El estudio de los tests de inteligencia, por ejemplo, ha permitido descomponer
esta noción en varias dimensiones: inteligencia manual, verbal, etc.;
pero tales dimensiones sólo pueden ser medidas por un conjunto de indicadores.
La mayor parte de los fenómenos observados han sido utilizados, tarde
o temprano, como indicadores en el estudio y la medida de un fenómeno.
Los ingresos son considerados muchas veces como un indicador de la competencia
profesional; pero si sólo nos basamos en este indicador, casi todos
los hombres de negocios resultarán más competentes que los científicos
más eminentes. Del mismo modo, el número de enfermos curados por un
médico refleja indudablemente la capacidad de éste; no obstante, hay
que tener en cuenta que las probabilidades de curación son distintas
en cada una de las especialidades médicas. En fin, si bien es cierto
que el número de libros de una biblioteca pública indica, en cierto
sentido, el nivel cultural del conjunto de lectores, no hay que olvidar
que la calidad de las obras es tanto o más reveladora que la cantidad.
La determinación de los criterios que limitan la elección de indicadores
constituye un problema delicado. ¿Hay que considerarlos como partes
integrantes del concepto o bien como fenómenos independientes o exteriores
a éste? Si elaboramos una lista de los indicadores de la «integración»
de una comunidad, ¿debemos considerar que la tasa de criminalidad forma
parte del concepto de integración, o bien debemos considerarla como
un factor exterior, susceptible de ser determinado a partir de la medida
de integración'? En este caso, y siempre que trabajemos con índices
proyectivos, el conocimiento de las leyes que presiden las relaciones
entre indicadores es particularmente importante. Podemos excluir las
tasas de criminalidad de la representación de un centro urbano «integrado»,
pero es posible que la experiencia revele una estrecha relación entre
dichas tasas y el grado de integración; en tal caso, podrían ser utilizadas
como medidas de la integración cuando los datos relativos a los indicadores
que corresponden exactamente a la noción no estén a nuestro alcance.
Sin embargo, es necesario realizar previamente una serie de «estudios
de validación» que demuestren la existencia de correlaciones estrechas
entre la tasa de criminalidad y los demás indicadores de la integración.
Es preciso, además, determinar todos los factores que, eventualmente,
pueden modificar la tasa de criminalidad, invalidando, de este modo,
las medidas basadas en ésta; para ello, podemos elegir entre un control
de los factores en cuestión, o la utilización de un número de indicadores
suficientemente elevado para compensar los efectos nocivos de uno de
ellos.
4. Formación de los índices
La
cuarta fase consiste en sintetizar los datos elementales obtenidos en
las etapas precedentes. Después de descomponer el rendimiento de un
equipo de obreros o la inteligencia infantil en seis dimensiones, por
ejemplo, y una vez elegidos diez indicadores para cada dimensión, debemos
construir una medida única a partir de tales informaciones elementales.
En algunas ocasiones, nos veremos obligados a establecer un índice general
que tenga en cuenta la totalidad de los datos. Así, las deliberaciones
de un tribunal que debe conceder una beca de estudios han de desembocar
en una apreciación de con junto de los datos de cada candidato. En otras
ocasiones, en cambio, el interés se centrará en el estudio de las relaciones
entre cada una de estas dimensiones y una serie de variables externas.
Pero también en este caso será necesario realizar una síntesis de los
diversos indicadores que pongan de manifiesto una relación con las variables
externas más débil y más inestable, por lo general, que el rasgo característico
fundamental que se pretende medir. Desde el punto de vista formal, ello
significa que cada indicador posee una determinada relación de probabilidad
con respecto a la variable estudiada. Algunas veces, una variación accidental
en un indicador no significa que la posición fundamental del individuo
haya sufrido alteraciones; e inversamente, la posición fundamental puede
evolucionar sin que tal cambio quede reflejado en un determinado indicador.
Pero cuando un índice contiene un elevado número de indicadores, es
poco probable que varios de ellos experimenten variaciones en el mismo
sentido, manteniéndose inalterada, sin embargo, la posición fundamental
del individuo. Así pues, el conocimiento de una «actitud», de una «posición»,
exige numerosos sondeos.
Esta multiplicidad entraña también algunas dificultades. ¿Podemos incluir
en un mismo índice uno o varios indicadores que reaccionan de forma
distinta a los demás'? Se han estudiado, recientemente, las posibilidades
de elaborar una teoría que permite reunir un conjunto heterogéneo de
indicadores. No podemos desarrollar aquí, en toda su extensión, esta
problemática tan compleja. Señalemos, sin embargo, sus líneas generales:
se trata de estudiar las relaciones entre indicadores, y deducir de
ellas algunos principios matemáticos generales que permitan definir
lo que podríamos denominar potencia relativa de un indicador con respecto
a otro, a fin de determinar su peso en la medida específica que se intenta
llevar a cabo. AI construir índices relativos a conceptos psicológicos
o sociológicos complejos, se elige siempre un número de ítems relativamente
limitado, dentro del conjunto de ítems sugeridos por el concepto y su
representación literaria. Tales índices poseen un rasgo fundamental:
su correlación con las variables exteriores suele mantenerse sensiblemente
estable, cualquiera que sea la «muestra» de ítems escogida.
Este fenómeno, a primera vista sorprendente, recibe el nombre de «intercambiabilidad
de los índices». 5. lntercambiabilidad de los índices. Para ilustrar
la idea de la intercambiabilidad de los índices hemos escogido un índice
de «conservadurismo» utilizado en un estudio sobre las actitudes de
los miembros del profesorado universitario en los Estados Unidos durante
el período en que universidades y profesores se enfrentaban con las
comisiones de investigación instauradas por McCarthy. Uno de los problemas
planteados por este trabajo fue la determinación del grupo de profesores
que, por sus convicciones, no corrían ningún riesgo de represalias,
es decir, de los que se consideraban a sí mismos como conservadores.
A tal efecto, fue preciso elaborar un método específico que permitiera
situar con la mayor exactitud posible el grupo conservador. Durante
una breve entrevista, y mediante una serie de preguntas destinadas esencialmente
a los conservadores, fueron recogidos los elementos necesarios para
la construcción de esta «medida». Este problema de clasificación general
aparece en todos los estudios de opinión. En una primera etapa fueron
seleccionados los indicadores; cabía la posibilidad, por ejemplo, de
someter a las personas interrogadas una serie de textos típicamente
"conservadores", y tomar en consideración las reacciones - de aprobación
o desaprobación - suscitadas por éstos; podíamos también elaborar una
relación de las organizaciones a las que cada uno de ellos pertenecía,
de las revistas leídas por cada individuo, etc., y tomar como indicadores
estos datos.
Pero nuestra experiencia en estas cuestiones nos aconsejó utilizar indicadores
directamente ligados al objetivo de las entrevistas. Así pues, establecimos
una lista de diversos de rechos y prohibiciones - en su mayor parte
típicos del mundo universitario - y solicitamos la opinión de las personas
interrogadas acerca de dichas cuestiones. El índice de conservadurismo
fue construido a partir de los datos así obtenidos. Conscientes de que
habríamos podido escoger perfectamente otro tipo de datos, comparamos,
a título experimental, este índice con un conjunto de medidas distintas
que se hallaban a nuestro alcance. Dos de las preguntas se referían
a la actitud de la persona interrogada con respecto a las actividades
de los estudiantes: ¿«Cree usted que, si algunos estudiantes lo desean,
hay que permitir la formación de un grupo de juventudes socialistas
en esta universidad'?»
La actitud de los profesores respecto a los elementos socialistas era,
a nuestro juicio, un indicador válido del grado de conservadurismo.
Es muy probable, en efecto, que aparezcan en este terreno notables diferencias
entre conservadores y liberales, y que los primeros asimilen, con mayor
facilidad que los segundos, los socialistas a los comunistas. Un 14%
de las personas interrogadas, es decir 355 profesores, se opuso firmemente
a autorizar aquellos grupos. Es muy significativo que la segunda pregunta
relativa a las actividades de los estudiantes registrara un número de
respuestas prácticamente idéntico. Se trataba de averiguar si la persona
interrogada, colocada en una situación de responsabilidad ficticia,
autorizaría a los estudiantes a invitar a la universidad a un eminente
especialista en los problemas del Extremo Oriente (Owen Lattimore),
juzgado por una comisión de investigación. También en este caso, el
15% de los profesores (342) respondió de forma negativa. Habiendo obtenido,
pues, en ambas preguntas, el mismo número de respuestas no liberales
- 342 y 355 - parecía lógico esperar que unas y otras procediesen de
las mismas personas.
El cuadro I confirma, de hecho, esta hipótesis. Podemos observar que
ambas preguntas ponen de manifiesto una distribución de respuestas muy
similar, a pesar de la considerable «rotación» de tales respuestas:
124 indi viduos que, de acuerdo con la primera pregunta (Lattimore)
quedan clasificados en el grupo de los conservadores, dan una respuesta
liberal a la segunda pregunta, mientras que en 152 casos aparece la
contradicción inversa. Este fenómeno no debe sorprendernos ni preocuparnos.
Cada
indicador posee un carácter específico y no puede ser considerado nunca
como totalmente representativo de la clasificación obtenida. En el caso
que nos ocupa, muchas personas incluyeron en sus respuestas algunos
comentarios cualitativos, sobre todo cuando comprendían que su opinión
en una cuestión particular se hallaba en contradicción con su actitud
general. Ello permite, en cierta medida, explicar la incoherencia aparente
de sus respuestas. Algunos profesores que no estaban de acuerdo en que
Lattimore fuese invitado, mantenían esta actitud por motivos de resentimiento
personal. Otros creían que esta cuestión debía ser resuelta en el terreno
legal: había que prohibir la presencia en la universidad a todas las
personas que hubiesen sido inculpadas ante una comisión de investigación.
Señalemos, finalmente, el caso de profesores que aceptaban la posibilidad
de invitar a Lattimore y que, en cambio, se oponían a la creación de
un círculo de juventudes socialistas porque, de forma general, estaban
en desacuerdo con el desarrollo de organizaciones políticas en la universidad,
o porque temían que la existencia de un grupo socialista favoreciese
la infiltración de elementos subversivos en la enseñanza superior.
¿Qué pasaría si basáramos nuestro rudimentario índice de conservadurismo
en uno solo de los dos ítems del cuadro I? ¿Cuál de ellos es el más
apropiado para medir nuestra variable? La pregunta «Lattimore» se halla
en estrecha relación con la idiosincrasia del individuo y con problemas
de legalidad. La del «círculo socialista» es un tanto ambigua, puesto
que ignoramos si los profesores que se oponen a la formación de este
círculo están expresando sus propias opiniones o la orientación general
de la política de su universidad. Ninguno de los dos ítems es una «medida»
directa y, por tanto, podríamos discutir indefinidamente acerca de su
validez. Pero, en la práctica, uno y otro son igualmente válidos.
En sociología, las clasificaciones pretenden, ante todo, determinar
las relaciones existentes entre conjuntos de variables, y por ello basta
con elucidar si dos índices distintos e igualmente razonables dan lugar
a relaciones similares o diferentes entre las variables analizadas.
Tomemos, por ejemplo, como variable externa, un ítem que presente a
las personas interrogadas una hipotética alternativa entre los derechos
del individuo y las exigencias de una institución: Supongamos que un
miembro del profesorado haya sido acusado de realizar actividades subversivas.
¿Cree usted que para la administración de la universidad es más importante
proteger la reputación de esta institución, o salvaguardar los derechos
de los miembros del cuerpo docente? ¿Cuál es la relación entre el conservadurismo
y el deseo de proteger los derechos individuales? Podemos utilizar,
para la primera variable, dos medidas distintas.
El cuadro 2 muestra que si queremos analizar la relación entre el conservadurismo
y una segunda variable (variable externa) podemos recurrir indistintamente
a cualquiera de los dos indicadores de la primera. En efecto, los resultados
obtenidos son prácticamente similares, tal como se desprende de la comparación
de los porcentajes de los diversos grupos en uno y otro caso.
Vemos
en la primera línea de cada columna que menos de la mitad de los conservadores
están convencidos de la necesidad de defender los derechos del cuerpo
docente. En la última línea observamos, además, que más de dos tercios
de los profesores tolerantes se muestran partidarios de esta defensa.
La curva descrita por los porcentajes de los diversos grupos es prácticamente
la misma en ambos casos. Podemos utilizar, pues, cualquiera de los dos
indicadores.
En la práctica, cuando se pretende clasificar un conjunto de individuos,
se recurre al mayor número posible de ítems. En efecto, esta pluralidad
de ítems permite introducir distinciones más refinadas y atenuar o eliminar
la influencia inoportuna de los rasgos específicos de los ítems. Pero
cualquiera que sea el número de ítems utilizados, no hay que olvidar
que éstos constituyen, en cualquier caso, un subconjunto definido de
un conjunto, muchísimo más amplio, de indicadores teóricamente utilizables.
Esta conclusión es el resultado de numerosas investigaciones prácticas.
Si estudiamos un concepto con connotaciones tan complejas como el conservadurismo,
y si deseamos «traducirlo» en instrumento de investigación empírica,
las posibilidades de elección dentro del conjunto de indicadores son
ilimitadas; en cambio, por lo general sólo estaremos en condiciones
de utilizar un número relativamente reducido de tales indicadores. Si,
en tales circunstancias, escogemos dos conjuntos de ítems adecuados
y formamos con ellos dos índices intercambiables de la misma variable,
comprobaremos casi siempre que:
a) Los dos índices se hallan estadísticamente relacionados, pero dan
lugar a algunas diferencias en las clasificaciones obtenidas (ver cuadro
I).
b) Ambos índices determinan idénticas relaciones con otras variables
exteriores (ver cuadro 2).
Es indudable que, en la práctica de la investigación, la intercambiabilidad
de los índices es sumamente interesante. Sin embargo, pone de manifiesto
la deficiencia de nuestros métodos de investigación y de análisis, puesto
que demuestra la imposibilidad de obtener clasificaciones «puras». En
todos los índices, los ítems conservan determinados rasgos específicos,
de los que se derivan, en algunas ocasiones, ciertos errores de clasificación.
A ello se debe que las correlaciones empíricamente observadas sean más
débiles que las que podríamos obtener aplicando instrumentos de medida
más exactos.
Queremos subrayar, por último, el carácter relativo de la regla que
acabamos de enunciar. Para algunas variables importantes se han elaborado,
progresivamente, instrumentos de medida cada vez más complejos. este
es el caso, por ejemplo, de los tests de inteligencia, que contienen
siempre un gran número de ítems analíticamente determinados. Si en el
estudio que ilustra este artículo hubiésemos podido utilizar tests tan
perfectos como los de inteligencia, la mayor parte de las contradicciones
del cuadro I habrían desaparecido. Sin embargo, estos métodos de clasificación
más refinados sólo serían útiles en el caso de estudios a largo plazo,
como por ejemplo en el análisis de la evolución del número de conservadores
en una determinada población, o de la relación entre el conservadurismo
y otras variables.
TOMADO DE: http://catedras.fsoc.uba.ar/salvia/catedra/series/n3.htm