miércoles, 2 de junio de 2010

Las industrias culturales como arma política e ideológica José Luis Vega Carballo

Fuente: elpais.cr | 02/06/2010

Columna “Pensamiento Crítico”

En nuestro país le ha costado mucho a la izquierda (y poco a la derecha) entender el papel clave estratégico que juegan las llamadas "industrias culturales" en la lucha por la hegemonía; la cual es algo más que una pugna por el dominio de los recursos materiales, económicos y tecnológicos del poder. Pues involucra el manejo de los significados que los individuos y los grupos sociales fabrican y le imputan a la realidad en que viven, hasta llegar a transformarse esos productos en definiciones y representaciones de esa realidad circundante, que operan con enorme fuerza de convencimiento y justificación. Es decir, la producción simbólica de la sociedad (incluida la artística e intelectual) complementa a la producción material y la penetra, dándole determinados sentidos, tonalidades y valores que influyen sobre su manejo y consumo, al punto de que la diferencia entre ambas producciones se traza mayormente para efectos de análisis por su cada vez más estrecha imbricación en la sociedad del consumo, de la comunicación y la información que vivimos.

Las industrias culturales abarcan una amplia gama de ofertas que se desplazan por los mercados nacionales, regionales e internacionales con enorme fluidez y rapidez, penetrando todos los intersticios de la vida social y política de manera vertical (hacia adentro de los países) y al mismo tiempo horizontal (entre países y regiones). Incluyen la radiodifusión, el cine, la televisión y el vídeo, la imprenta y la prensa en sus diversas formas, las agencias de publicidad y de noticias, los noticieros, el entretenimiento (deportes, shows de variedades, telenovelas, etc.), la transmisión de señales, el diseño, la arquitectura y la artesanía, en fin todas las empresas donde lo producido, aunque tenga un soporte o vehículo material y se venda como un servicio o como parte de un servicio, es en esencia una construcción o artefacto simbólico e intangible, el cual generalmente posee además un altísimo costo de producción (digamos de la primera versión o copia), pero a la vez un ínfimo costo de reproducción, aparte de que el producto cultural no se gasta ni extingue en el acto de su consumo.

Actualmente la industria cultural se ha vuelto posiblemente la más rentable en la esfera de las economías formales y hasta en las subterráneas, es decir, en aquellas dedicadas al contrabando y la piratería; por lo cual han surgido grandes consorcios transnacionales que la controlan, especialmente desde los EEUU, que son líderes en la producción y exportación de bienes culturales audiovisuales de alto valor agregado. De más está señalar que el auge del desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (las TICs) en la actualidad se halla estrechamente ligado a la expansión transnacionalizada de las industrias culturales y a su gran capacidad de penetración.

La lucha política no ha podido escapar al influjo de esas industrias y podemos afirmar que, la de tipo electoral, se encuentra hoy día en gran medida dependiendo de las posibilidades que ofrecen tales industrias para modelar la oferta y la demanda de las propuestas que elaboran las dirigencias partidistas. Esto ha hecho que muchas de estas dirigencias se hayan convertido casi en apéndices de las agencias de publicidad y de los dueños y manejadores de la producción de imágenes y otros bienes culturales de impacto político e ideológico, sobre todo durante las campañas electorales. Esto explica el cambio de naturaleza que han tenido las campañas al ser llevadas a asumir el formato de un espectáculo de entretenimiento mediático, muy parecido al ofrecido por las industrias culturales en los casos del deporte y los conciertos o shows.

Sin embargo, esta reconversión telemediática de la lucha política electoral no deja de afectar sus otros planos, los no electorales. Pues las industrias culturales juegan un papel importantísimo en cuanto a reguladoras del discurso político-ideológico y de su utilización en los espacios públicos y también privados. En estos últimos, por la forma en que los medios de comunicación logran penetrar y hasta controlar la vida familiar de los hogares, entidades que siguen teniendo influencia, junto a otros grupos primarios (por ejemplo, grupos de trabajo, recreación o religiosos), en la manera como son recibidos los mensajes e imágenes desde los emisores mediáticos y, por consiguiente, a la hora en que los receptores deciden su inclinación político-partidista y la intención del voto. Se considera que, del mismo modo como los medios inciden sobre las decisiones de los consumidores en el mercado político, existe un mercado político (el de los votos) donde igualmente los gustos y preferencias de los electorales pueden ser influidos y manipulados por medio de fuertes campañas publicitarias.

En el mismo sentido, los gobiernos pueden utilizar los medios y otras industrias culturales para labrarse imágenes positivas, justificar los resultados de sus ejecutorias (sean buenas, regulares o malas en la realidad) y encubrir el manejo que hacen de los hilos del poder cuando así es de su conveniencia. En otras palabras, estas industrias manejan un nuevo poder invisible y de invisibilización u ocultamiento, el cual puede resultar de suma utilidad para los políticos allí donde, a la par de la maquinaria observable de la administración, gobierna otra en paralelo y en las sombras.

Como vemos, en casi todos los campos del ejercicio del poder, sea en la sociedad civil o en la esfera del Estado y los partidos, los aportes de las industrias culturales, especialmente de las audiovisuales y televisivas, se ha vuelto decisivo. Y esto implica que la lucha por la hegemonía - que mucho tiene que ver con la capacidad de orientar y controlar a las ciudadanías así como con justificar ante ellas la gestión misma del poder desde dentro o fuera de los gobiernos-, haya cambiado de estilo, volviéndose cada vez masiva y mediática, así como muy cara y difícil de financiar. Esto explica en gran parte que debido al poder económico de que gozan, hayan sido las derechas y los grupos empresariales quienes más beneficios han obtenido de tal transformación. No implica esto para nada que las izquierdas no puedan ni deban aprender su respectiva lección extraída de esas experiencias en el campo opuesto. Pero para ello requieren comprender mejor en qué consisten las industrias culturales y cuál es el rol que juegan en la pugna por el control de las mentes y conciencias de los ciudadanos.

Claro está, que como cualquier actividad económico-social, el funcionamiento de las industrias culturales no debe dejarse totalmente en manos del mercado ni de los intereses de quienes consideran a los bienes culturales como meras mercancías y objetos de apropiación privada, que es lo que plantean los promotores de los tratados de libre comercio e inversión, dentro y fuera del ámbito de la Organización Mundial del Comercio. Un tema que nos lleva al problema de su regulación, así como a examinar el reto de la promoción y defensa de los llamados “Derechos Culturales” de los ciudadanos, incluidos los derechos de los productores o empresarios culturales, y sobre el cual habrá que volver próximamente por los dilemas y dificultades particulares que entraña.

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